El pasado 9 de julio, daba comienzo nuestra aventura camino a Sabana Yegua. Los voluntarios de Barcelona tuvieron que madrugar para coger el AVE a Madrid. Sin embargo, el madrugón empezó a cobrar sentido cuando en el aeropuerto de Barajas, en torno a la 1 del mediodía finalmente nos encontramos los 11 voluntarios. Completamente uniformados con nuestras camisetas blancas de Sonríe y Crece, facturamos nuestros equipajes y el material sanitario y educativo que desde España llevábamos a la República Dominicana. Ya esperando en la puerta de embarque nos comunicó la aerolínea que el vuelo sufriría un considerable retraso, inconveniente al que hicimos frente de la mejor manera posible empezando con juegos que luego queríamos hacer con los niños de Sabana Yegua. 2 horas después nos comunicaron que el vuelo se cancelaba. Se truncaba de esta manera tan agria nuestra ilusión de viajar a la República Dominicana ese día.
Al estar los 11 voluntarios en el aeropuerto hasta última hora de la tarde-noche, y como no podía ser de otra manera, todos hicimos noche como buenamente pudimos en los pisos de Madrid. Al día siguiente, y ante la imposibilidad de poder embarcar en otro vuelo ese mismo lunes día 10, nos nos quedó más opción que aplazar nuestro vuelo hasta el sábado 15 de julio. Los voluntarios de Barcelona quisieron volver a casa para ver a las familias y descansar del ajetreo del intenso fin de semana.
Cada uno disfrutó estos días extra en España como mejor quiso. Muchos fueron a la playa, otros vieron a amigos de los que no se habían podido despedir y otros hicieron planes como si ya estuviéramos juntos en Sabana Yegua.
Con las pilas recargadas, el sábado 14 finalmente iniciamos nuestro camino a la República Dominicana. La delegación catalana tomó un avión temprano por la mañana mientras que los de Madrid teníamos por misión facturar todo el material que necesitamos en Sabana Yegua. Cabe destacar la ayuda de José Francisco, miembro de la embajada dominicana en España, que con mucha amabilidad se ofreció financiar la facturación de una tercera caja de material que de otra manera casi seguramente no podríamos haber transportado.
De nuevo, tras el control de seguridad, volvimos a reunirnos los 11 para embarcar al vuelo Madrid – Punta Cana.
Una vez más nos encontramos en el aeropuerto de barajas. Nos dirigimos hacia la puerta de embarque y… esta vez sí que pudimos embarcar en hora. Ya en el avión sentados nos lo creímos, lo habíamos conseguido: ¡empezaba la aventura!
Tras ocho horas y media de vuelo que nos pasaron VOLANDO (je, je), llegamos a punta cana a las siete de la tarde. Ahí nos surgió el segundo problemilla… salieron todas las maletas, menos las tres cajas de material que conseguimos enviar así que tuvimos que ir a reclamaciones (la vida nos lo pone duro, pero nosotros somos más fuertes y no nos achicamos). Entre una cosa y otra, subimos a la guagua para dirigirnos hacia Sabana yegua a las nueve de la noche.
Nos esperaban cinco horas más de camino hacia nuestro nuevo hogar, y ya nos rugían las tripas. Así que no pudimos evitar paramos a recargar fuerzas cenando “pica pollo”, una de las comidas típicas de República Dominicana, junto con patacón (plátano frito, muy típico de aquí). ¿Qué mejor forma para empezar la aventura en este bonito y caluroso país? Finalmente llegamos a las dos de la madrugada a la casa y nos fuimos directos a dormir.
Empezamos el día siguiente (domingo) con mucha energía, ya que se venía un día muy largo e intenso (como todos los días aquí). Nos levantamos temprano porque a las ocho teníamos que estar a la parroquia para la misa de domingo, allí nos presentamos ante todo el pueblo, Elena preparó un discurso que leyó en nombre de todos. Recibimos una cálida bienvenida por parte de todos.
Después de misa no podía faltar un buen zumo y unas tostadas para desayunar y coger fuerzas. Ese día comimos en la parroquia con el cura y Dolors, que nos prepararon una comida buenísima a base de arroz y pollo, y de postre una piña súper dulce de la cual no dejamos ni rastro de ella.
Para reposar la comida, nos fuimos a la casa a ordenar el material del veranito y la escuelita; y a limpiar y preparar la casa para este mes y medio de convivencia. Evidentemente, no reposamos la comida ya que a las cinco nos fuimos a dar una vuelta por el pueblo y ¡a ver a la gente que hacía ya un año que no veíamos!
Fue maravillosa la cálida bienvenida por parte adultos y niños; bailando con los altavoces a tope (aquí llamados bocinas), visitando la casas de las familias más cercanas a Sonríe y Crece y sobre todo jugando en la cancha, compartiendo tiempo de calidad con todos los niños. Entre pitos y flautas nos dieron las ocho, así que bastante a nuestro pesar, nos volvimos para la casa para cenar e irnos a dormir, ya que al día siguiente nos esperaba otro día movidito.